La Processó de la “Marejà”

Queridos hijos cofrades:

Estas letras, aunque intencionalmente van dirigidas a todos los cofrades, para que alcancen su efectividad, atañen de modo directo e inmediato a las juntas directivas y a los párrocos y consiliarios de las hermandades.

En primer lugar os exhorto a reforzar vuestra comunión eclesial buscando, para ello, las razones que hallaréis inscritas en la misma constitución de vuestro ser cofrade, y en la misión que estáis llamados a llevar a cabo.

Efectivamente, aunque los presidentes y hermanos mayores hayáis sido elegidos por vuestros respectivos cabildos o juntas, no podéis olvidar que nadie es constituido en su puesto sino tras la confirmación de la autoridad eclesiástica competente de la que recibe la misión para actuar en representación suya.

Del mismo modo, las cofradías alcanzan su «estatus jurídico», su personalidad jurídica, sólo tras la aprobación de sus estatutos por la autoridad eclesiástica. Es más, la actuación de las cofradías alcanza el ámbito de lo «público», que supera la mera agrupación de amigos, al ser constituidas como ASOCIACIONES PÚBLICAS DE FIELES, es decir, asociaciones que actúan, no en nombre de un particular, sino, oficialmente, en «nombre de la Iglesia».

En definitiva, todas las actuaciones, de una cofradía, en cualquiera de sus ámbitos (económico, estatutario, etc…) están sometidas a la regulación del derecho de la Iglesia Católica.


Puede ser comprensible que gran parte de los componentes de las cofradías y hermandades no tenga en cuenta toda esta realidad, dadas la motivaciones que les han llevado a formar parte de vuestras agrupaciones y que no suele ser otra que la de salir en la procesión. Pero sería impensable que los Señores Presidentes o Hermanos Mayores, es decir, aquellos que han sido constituidos como tales en virtud de un decreto formal del Obispo diocesano, actuasen como si de una parcela propia se tratase.

Además de las razones de orden jurídico expuestas, encontraréis en vuestro mismo ser de cristianos los argumentos básicos que hacen razonable las determinaciones jurídicas. Me refiero a ese «amor de Dios que ha sido derramado en nuestro corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm. 5, 5), que nos constituye en un mismo cuerpo de Cristo (I Cr. 12, 13). Y somos cuerpo de Cristo ¿es que acaso Cristo esta dividido?” (I Cr. 1, 13).

Pero ese cuerpo místico de cristo que formamos y que constituye la Iglesia, no tendría vida como tampoco esperanza de resurrección sin la participación en el cuerpo y la sangre del Señor (Jn 6, 51). En vuestra participación en la eucaristía hallaréis la causa de vuestra unidad “porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (I Cr. 10, 17). La presencia real-sustancial de Cristo redentor y de su sacrificio hecho presente sacramentalmente en nuestros altares es la razón última de la fuerza unitiva de la Eucaristía que, así entendida y sólo así, significa y causa la unidad de la Iglesia.

Por todo ello os exhorto, amados hijos cofrades y sacerdotes que atendéis a las cofradías, a que retoméis como algo primordial la celebración del día del Señor, descubriendo la centralidad de la Eucaristía en vuestra vida cristiana. Participad en vuestras parroquias animando la misa dominical, prestando aquellos servicios que pueden engrandecer el decoro, la veneración y el esplendor de la Eucaristía.

Concluyo estas letras con unas palabras del papa Juan Pablo II sobre el año de la Eucaristía que estamos celebrando: «Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera de la Misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo.

No obstante, es bueno apuntar hacia arriba, sin conformarse con medidas mediocres, porque sabemos que podemos contar siempre con la ayuda Dios» (Carta Apostólica Mane nobiscum Domine 29).

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